martes, noviembre 02, 2004

Dos

No entendía absolutamente nada, en parte porque no sabía si de verdad había visto a aquella figura vestida de rojo y en parte porque mi inglés nunca ha sido demasiado bueno. Eso era lo que más me sorprendía del papiro, que estuviera en inglés. Si a alguien le hacía falta mi ayuda, y me lo había dejado ahí para que lo leyera, entonces, ¿por qué dejar el mensaje en un idioma que yo no entiendo del todo?

En cuanto me recuperé de la impresión, entré de nuevo a la biblioteca y en una de las computadoras del fondo, en el área de bases de datos, me metí a Google para buscar la frase, y su traducción. No pasaron más de veinte segundos cuando yo ya sabía qué quería decir y de dónde había salido. Literalmente: "Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro, y en las entradas de los multifamiliares", y era parte de la letra de una canción de Simon & Garfunkel, The Sounds of Silence, los sonidos del silencio.

¿Qué demonios tenía que ver la figura de rojo con Simon y Garfunkel y conmigo? Nada hacía sentido. Traté de buscar alguna relación en el internet, con figuras vestidas con hábitos rojos, nada. El silencio y los monjes vestidos de rojo, nada. Simon y Garfunkel, profetas, monjes, nada. Una vez más el internet no decía nada importante cuando lo necesitaba, así que me alejé de la computadora y me fui a sentar a mi lugar, a tratar de seguir con mi muy estancada investigación.

Seguí leyendo mis académicos libros, tratando de no pensar demasiado en lo que, me trataba de convencer, era una alucinación. Pero de pronto me sentí más estúpido que nunca, al darme cuenta de que todo lo que estaba leyendo tenía que ver con profetas y profecías, de cómo, cuándo y cómo se escriben. Volví a leer el pergamino y un frío me recorrió la espalda: las palabras de los profetas...

Uno de los problemas principales del estudio de la profecía, según me iba dando cuenta a través de la investigación, era que esta había desaparecido de manera seria hacía mucho tiempo, al menos desde el siglo XIX, y que en nuestros tiempos todo aquel que aventurara llamarse profeta o hacer profecías era rápidamente tachado de charlatán y relegado a las filas de los ufólogos y cosas peores. Por eso uno de los problemas del análisis serio era encontrar una forma de hacer profecía de una forma coherente en nuestros tiempos, una fórmula para hacer predicciones como uno haría una novela. Y para ello era casi esencial encontrar un ejemplo, pero hallar a alguien que escribiera profecías en nuestros tiempos, que la academia aceptara seriamente como un buen ejemplo, era como encontrar una prostituta virgen en Ámsterdam.

Por ello pensé que tal vez la alucinación y el pergamino, cualquiera que fuera su explicación, más que pedirme ayuda, me estaban dando la solución. Guardé mis cosas y devolví los libros y me encaminé a la calle. Si, como decían Simon y Garfunkel, las profecías estaban en las calles, yo las iba a encontrar. Al fin, cualquier cosa era mejor que sentarse en una biblioteca fría y casi abandonada a ver monjes vestidos de rojo, y al tiempo, pasar.

Así que me encaminé hacia el metro, y en el andén, en grandes letras y graffiti rojo estaba escrito, imposible de ignorar, lo siguiente:

bienvenido a la ciudad
del fin del mundo